Un pequeño espacio de opinión -y no necesariamente de oposición- sobre la realidad del Uruguay y el mundo.
viernes, mayo 12, 2006
Cuando escuché la noticia de que encontraron al asesino del chofer de Raincoop Edward Cal, me invadió una sensación de alegría. Al instánte, cuando me entere que era un policía, que supuestamente debería "proteger y servir", como dice el lema de la policía yanqui, me invaden la rabia y el asco. Me entero a los pocos segundos que no sólo mato a Cal, si no también a un taxista y posiblemente a algunas personas más. Ahí empieza la sensación de impotencia, de creer que en este país la gente honrada está a merced de unos pocos inadaptados que hacen lo que quieren, saliendo impunes en muchos casos, y cuando no, con penas de prisión que se reducen, o son "conmutadas" por la generosidad de nuestro Ministro del Interior. Lo que se requiere para que los criminales desistan de sus acciones, son castigos más duros, ejemplificantes, políticas de "tolerancia cero" como la que llevo a NY de ser la capital mundial del crimen a una de las ciudades con menor tasa de asesinatos por persona. Acá en Uruguay, con nuestro 30 años de pena máxima (que con la nueva Ley de Cárceles pueden quedarse en 20) estamos lejos de ejemplificar. Me queda la triste tranquilidad de que en nuestro sistema carcelario, el tiempo que se pasa adentro es un detalle, pues las condiciones de encarcelamiento son tan patéticas que nadie querría estar ni 5 minutos adentro.
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